La escultura original es un anónimo del siglo I AC, Brutus Barberini. Es una escultura exenta perteneciente al género del retrato funerario. El difunto posa con cabezas de los antepasados; retrato togato, con toga, y en mármol blanco, referenciando el alto status del difunto; es una escultura de carácter privado, y se ve la evolución del retrato republicano ya que cada cabeza pertenece a diferentes épocas.
La escultura nos transmite el orgullo de un patricio romano ante la importancia de su linaje, representado por los retratos realistas de sus familiares que le confirman en esa sensación de superioridad, símbolo de su importancia social y de sus privilegios tan propios de los patricios romanos. Entre los patricios romanos era habitual retratarse con los bustos de los antepasados. Kenneth e. Silver reflexiona en un ensayo sobre volver hacia el pasado para avanzar hacia el futuro: “La adoración de los antepasados permite a las criaturas humanas, frágiles y fugaces, sentirse conectadas con algo superior y menos efímero de lo que en realidad son. Esto se cumple en las artes plásticas tanto como el cualquier otro terreno.”
Me gusta que mis obras hagan evolucionar el punto de partida tanto si es conocido como si no. El quijote siempre se ha impuesto en cada época, desde su primera edición, desde sus lectores contemporáneos, y una cosa -de tantas- que tiene que lo hace fascinante, es su capacidad de llegar a los lectores contemporáneos, pese a ser un libro de parodia de los libros de caballería, y pese a que los lectores actuales desconocen aquello a lo que parodia. En este caso queda la solemnidad y la rectitud del retrato, la mezcla de estilos en los retratados: una figura humana completa de mármol sujetando dos cabezas de mármol; se trata de una presencia y dos referencias a otras dos presencias, a dos antepasados, pero si no conocemos todo esto, la solución funciona casi al revés. La pose de Brutus Barberini es protectora, la posición es la que podría tener un padre con sus dos hijos; los antepasados parecen más aniñados por la propia evolución del estilo; probablemente también fueran más jóvenes en el momento de ser retratados, esa circunstancia me parece que está presente. La escultura original tiene una vista central predominante, en cambio la vista de perfil aporta unos matices que potencian más estos contrastes, estableciendo una relación más íntima entre las figuras.
No lo he trabajado con volumen sino con luz; la luz se va abriendo paso desde la oscuridad. Tanto este como en el cuadro “Caballo blanco” desarrollo un tratamiento dramático que alza las figuras desde la oscuridad con algo de violencia, con un tono de urgencia. En ambos cuadros hay dos partes con un tratamiento diferenciado: la figura y el fondo negro como campo de textura y color por una parte, y el lino como algo anterior. Los límites entre ellos son importantes así como los límites físicos del lienzo. En el caso del caballo la parte baja juega con el campo gravitatorio del cuadro, suspendiendo al caballo. En ambos hay un cambio de densidad entre el negro y el lino, pero en este caso, en el cuadro de Brutus Barberini, además es un corte a la forma, hay un cambio a corte de frecuencia. El efecto es el paso de la representación basada en imágenes a una imagen basada en códigos abstractos, reemplazando a la base donde apoya la tensión de la forma. En la parte figurativa hay volumen modelado por una fuente de luz; en la parte del lino no hay volumen ni luz ni formas, es un campo de textura y color previa al pigmento. El cuadro funciona por contrastes.
Brutus Barberini. Acrílico sobre lienzo, 166 x 62 cm. 2015